sábado, 12 de mayo de 2012

Reflexiones Pedagógicas N° 1


El problema es el siguiente: estamos educando a nuestros estudiantes para un mundo que no existe. La pedagogía se ha excedido en lo lúdico y les ha enseñado a nuestros jóvenes un mundo fácil, un mundo sin dificultad, un mundo construido a su estatura. Pero el conocimiento del mundo externo a la escuela complejiza los elementos. El mercado laboral no es un sistema de amistades sino por el contrario uno  de individualidades salvajes, donde sólo sobreviven los mejores, los más hábiles, los más fuertes para enfrentar los más grandes problemas.

He visto con preocupación que las teorías pedagógicas inspiradas en escuelas clásicas dirigidas a los niños de la élite, cuya realidad es plena de satisfacciones y prácticas poco esforzadas, son introducidas subrepticiamente en las escuelas públicas. Si bien es cierto que las escuelas públicas son para los hijos de la población vulnerable espacios de escape a una realidad humillante y denigrante, que los obliga a trabajar desde pequeños o a permanecer circunspectos a viviendas donde no pueden explotar a cabalidad su energía y vitalidad características, no puede por ello la educación pública facilitarle los procesos pedagógicos al punto de demeritar la necesidad de aprendizaje.  No estoy hablando acá de que una educación menos lúdica sea de mejor calidad, sino del hecho de que es necesario para que una educación lúdica funcione y rinda a cabalidad unos conocimientos previos y una base cultural suficientemente amplia, elementos que lamentablemente no está presentes en la mayoría de las personas que hacen parte de la población vulnerable presente en ciudades como Bogotá.

Esta contradicción no es fácil de resolver y probablemente genere tanto debate y tantas consideraciones que nos desviemos con facilidad. Pero el punto central que quiero rescatar es el valor del esfuerzo. El pensador colombiano Estanislao Zuleta ya lo había denunciado en su Elogio de la dificultad:  “deseamos un idilio sin sombras y sin peligros, un nido de amor y por lo tanto, en última instancia un retorno al huevo. En vez de desear una sociedad en la que sea realizable y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, deseamos un mundo de satisfacción, una monstruosa sala-cuna de abundancia pasivamente recibida”. Este deseo, muy propio de sociedades en vía de desarrollo, que conocen los resultados del esfuerzo pero se olvidan del camino recorrido se ha impuesto en nuestras instituciones escolares. Basta ver cómo las tasas de repitencia son disminuidas a la fuerza, casi que decretadas desde los entes administrativos de la educación pública, entes que en su discurrir contradictorio imponen a las instituciones educativas un sinnúmero de tareas que deshacen en celebraciones cualquier aspiración de ejecutar una planeación pedagógica. Y es que este deseo de lo fácil es auspiciado por la pedagogía que supone explorar o desarrollar un aprendizaje desde el interés propio del estudiante y no desde el interés de la comunidad educativa. 

Los intereses humanos surgen en relación con la pluralidad del conocimiento humano. Lo simple o lo complejos que puedan ser dependen directamente de la simpleza o complejidad del conocimiento adquirido, que para el caso de un infante dependen en gran medida de lo que haya en su casa. Esto que hay en su casa define sus deseos o sus intereses. La escuela por el contrario debe definir las oportunidades, no como respuesta a sus intereses, sino como integración de los intereses de los estudiantes con los de una comunidad que define lo bueno en el marco de una sociedad globalizada.  

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